21 de mayo de 2025
Señor Director:
Chile no termina en Santiago. Quienes vivimos en regiones, y especialmente en zonas extremas como Magallanes, lo sabemos bien. Por décadas hemos visto cómo el centralismo concentra decisiones, recursos y oportunidades en la capital, mientras nuestras necesidades reales siguen siendo ignoradas.
Llama aún más la atención que el actual Presidente de la República provenga precisamente de esta tierra austral. Muchos creímos que su origen magallánico marcaría un antes y un después en la descentralización.
Pero la verdad es que poco y nada se ha hecho por nuestra región desde La Moneda. Las promesas se disolvieron entre reformas inconclusas y prioridades que, como siempre, giran en torno a Santiago. Pero esto va más allá del gobierno de turno. Es una deuda estructural del Estado con Magallanes, una región que históricamente ha dado mucho más de lo que ha recibido. Punta Arenas no nació como una extensión de Santiago, sino como un bastión geoestratégico fundado para afirmar la soberanía nacional sobre el Estrecho de Magallanes frente a intereses extranjeros. Su importancia ha sido reconocida por navegantes, científicos, comerciantes, estrategas y exploradores durante más de cinco siglos.
En 1520, Hernando de Magallanes navegó por primera vez este paso natural entre dos océanos, y su cronista Antonio Pigafetta dejó uno de los primeros registros escritos del extremo sur del continente. Años más tarde, Pedro Sarmiento de Gamboa, anticipando incursiones extranjeras, fundó asentamientos para asegurar la soberanía sobre el Estrecho. Esa preocupación no era exagerada: siglos después, el HMS Beagle recorrería la misma ruta con Charles Darwin a bordo, quien aquí recolectó observaciones fundamentales para construir una de las teorías más revolucionarias de la historia: la evolución por selección natural.
Por este puerto han pasado personajes históricos, exploradores, naturalistas y visionarios. No es coincidencia que el Estado chileno, con visión estratégica, haya declarado a Punta Arenas como puerto libre, impulsando su desarrollo económico, atrayendo migración e inversión, y transformándola en un polo comercial del sur continental.
También fue aquí donde surgieron algunos de los primeros movimientos obreros organizados de Chile, y donde, con enorme dolor, se cometieron crímenes atroces contra los pueblos originarios como el selk'nam, cuya memoria sigue sin ser debidamente reconocida. Chile tiene una deuda con ellos, que debe saldarse con verdad, reparación y respeto.
A pesar de ese pasado, esta tierra ha mantenido su dignidad. La gente oriunda de Magallanes se siente profundamente orgullosa de su historia, de su herencia y de su territorio. Esta es una sociedad única, con raíces chilotas, croatas, inglesas, holandesas, argentinas y muchas más. Una comunidad forjada en la adversidad, con una manera de vivir, construir, hablar y pensar distinta. Vivir aquí es vivir en un mundo aparte, donde la arquitectura, las costumbres, el ritmo de vida y el carácter están marcados por el viento, el silencio y la frontera.
Y si todo eso aún no es suficiente para que el país mire hacia el sur con otra perspectiva, entonces tal vez lo sea la geopolítica del futuro: Magallanes es la puerta de entrada a la Antártica, el continente blanco que será clave en las próximas décadas para la ciencia, los recursos, el clima y la diplomacia global. Ya somos una base logística polar. Ya alojamos misiones internacionales. Y cuando lleguen los beneficios de ese rol estratégico, serán para todo Chile: para los del centro, para los nortinos, para quienes hoy nos ignoran.
Sin embargo, hasta el presente y el futuro están siendo bloqueados. La excesiva burocracia institucional -en especial la ambiental- está frenando el desarrollo de Magallanes y del país entero. Nadie discute la necesidad de proteger la naturaleza, pero se ha pasado de la protección al inmovilismo. Se está privando de oportunidades y avances a quienes más han creído en esta tierra, a los que aún sueñan con verla en pie, próspera, viva como en la era del oro negro. Nuestros antepasados lucharon estoicamente por fundar esta tierra. Hoy se les rinde homenaje dejándola avanzar, no estancada en permisos sin fin.
Y todo esto afecta también a las nuevas generaciones. La Universidad de Magallanes debería ser uno de los grandes polos científicos, tecnológicos e industriales del país. Pero poco y nada se ha hecho para potenciarla realmente. En lugar de convertirla en un centro de formación superior de excelencia, anclado en la realidad industrial, energética y polar de la región, se la ha dejado en una condición secundaria. Nuestros jóvenes merecen un futuro aquí, formándose con calidad, aplicando conocimiento a su propio territorio, no emigrando para sentirse parte de un país que no les devuelve lo que entregan.
Magallanes no puede seguir siendo una postal para turistas ni una fuente de recursos sin retorno. Requiere políticas públicas pensadas desde el territorio, con sentido de urgencia, con respeto y con visión. Las regiones no piden favores: exigen justicia territorial, memoria viva, inversión en educación y ciencia, visión estratégica y poder de decisión.
Porque un país no se construye desde un solo punto: se construye desde todos sus rincones. Y el sur, este sur que lo ha entregado todo, merece mucho más que olvido. Merece voz, justicia, respeto, reparación y futuro.
Una voz desde el sur
El compromiso fue manifestado durante una presentación del Gobierno Regional sobre este tema ante el Concejo Municipal de Punta Arenas
El compromiso fue manifestado durante una presentación del Gobierno Regional sobre este tema ante el Concejo Municipal de Punta Arenas